Me despedí de mi profesor a toda prisa al pasar delante de su despacho y fui directo a la estación: aquel día empezaban mis primeras vacaciones desde que trabajo en la universidad! Llegué justo a tiempo de coger el autobus al aeropuerto. Estaba muy contento, ya que estaba a punto de empezar una semana estuependa. Sumido en pensamientos acerca de todo lo que iba a pasar, observaba el mar de árboles que se extiende a los lados de la autopista que lleva a Frankfurt. Sin embargo, aquel día no iba a montarme en ningún avión, sino a recoger a dos grandes amigos :)
Foto en la estación nada más llegar del aeropuerto, con mar de bicicletas de fondo
Apenas tuve que esperar unos minutos hasta que aparecieron entre la gente que emanaba de la puerta de llegada. Su visita me hizo mucha ilusión, ya que quería compartir con ellos la ciudad y el país en el que vivo desde más de año y medio. Además, coincidiendo con su estancia en Darmstadt, el siguiente fin de semana también vinieron dos grandes amigas nuestras, una desde Paris y otra desde Munich, por lo que fue un reencuentro estupendo :) Me encantó que todos vinieran hasta Darmstadt para que pasaramos unos días juntos: significaba un montón para mi, ya que son personas a las que quiero mucho!
Llegando a mi piso: en el cartelito al que apunto pone mi nombre
Aquel día no nos dio tiempo a hacer mucho, ya que el avión había llegado por la tarde, asi que fuimos directamente a mi casa. Tras organizar lo fundamental, como por ejemplo pasarles la clave de 64 caracteres aleatorios de mi red WiFi, el chef preparó patatas con chorizo de cena, que degustamos entre cuatro en la mesa intima de 60x60 cm de la que disponía por aquellos entonces mi salón: era todo un reto no darse patadas sin querer al intentar estirar las piernas :D Por suerte, poco después la mesa fue sustituida por un modelo más amplio adquirido en cierta famosa cadena de tiendas de muebles sueca.
Después de servir había que llevar la olla a la cocina, ya que sino no cabiamos
A la mañana siguiente recogimos el coche color vino que habíamos alquilado por tres días y nos lanzamos a las carreteras secundarias alemanas para ir a conocer los pueblecitos típicos del Odenwald. Nuestro primer destino fue el castillo de Breuberg, que por supuesto está en lo alto de una montaña, a la que subimos con un no despreciable esfuerzo. Eso si, las vistas desde lo alto de la torre del castillo merecían la pena: el ascenso costaba 50 centimos por persona, pero no había nadie para cobrarlos, sino solo una caja para echar el dinero. Pagamos religiosamente, pero la verdad es que estos alemanes son unos inocentes :D
En lo alto del castillo de Breuberg, rodeado de un mar de árboles
Desde ahí continuamos camino a Miltenberg, un pueblecito al borde del río Meno cuyo centro histórico está repleto de casas típicas cuya fachada deja ver la estructura de madera que las sustenta. Por la mañana habíamos comprado pan para bocadillos, así que buscamos un banco con vistas al río para comer. El pan no estaba cortado, pero por suerte había traido un cuchillo. El dichoso cuchillo corta muy bien: tan bien, que incluso después de terminar de cortar el pan coseguí hacerme un corte en el pulgar izquierdo. Se ve que yo no soy el elegido para blandir a "Justinus", que es la marca del cuchillo :D
Casa típica en Miltenberg. Como se ve, la calle tenía bastante cuesta :D
Tras conocer a unos no tan jovenes turistas ingleses en una heladería, seguimos camino al pueblo que no debe ser nombrado. El sitio cayó en desgracia para el resto del viaje, ya que cuando llegamos estaba desierto y tampoco parecía que hubiera gran cosa que ver. Por suerte, mi habilidad como guía fue redimida al llegar a Michelstadt, que fue nuestro siguiente destino. El pueblo es famoso por su ayuntamiento, que está construido sobre una estructura de madera que lo eleva respecto a la calle, de manera que se puede pasar debajo de el. Tiene más de 500 años y existe una réplica suya en Brasil!
Torre de los ladrones en Michelstadt, con parte del foso y muralla de la ciudad
Al día siguiente fuimos a Heidelberg, que está al borde del río Neckar. Fuimos a ver el castillo, que está en lo alto de una montaña a la que hay que subir a pie, como no podía ser de otra manera. Una vez llegado arriba, hay que pagar una entrada que incluye el funicular de bajada: ¡ya podía incluir el de subida! Tras ver el centro histórico de la ciudad y pasear por el borde del río, fuimos a por el coche, que ironicamente habíamos aparacado en un centro comercial llamado "Darmstädter Hof", para emprender la aventura de encontrar la "Thingstätte", un escenario al aire libre en medio del bosque inspirado en los teatros griegos.
Vista sobre Heidelberg desde el castillo: el río de fondo es el Neckar
El teatro fue construido en 1935 para albergar grandes eventos de propaganda del Tercer Reich, aunque luego apenas fue usado, ya que la radio resultó ser un medio bastante más efectivo. El sitio es realmente impresionante, ya que tiene capacidad para la friolera de 16.000 personas. Subimos hasta la parte más alta de las gradas, donde comimos con vistas al enorme teatro rodeado de bosque. Eso si, esta vez me desentendí de cortar el pan para los bocadillos :D Aquel día también empezamos un tour por los postres alemanes, tomando "Apfelstrudel" en la terraza de un restaurante que está al lado del teatro.
El tamaño de la gente deja reconocer lo grande que es la Thingstätte
Por la tarde seguimos camino a lo largo del Neckar hasta llegar a un sitio desde el cual había buenas vistas sobre una curva cerrada del río. La torre a la que había que subir para ver algo ya estaba cerrada, asi que nos adentramos en las profundidades del bosque para intentar encontrar otro sitio con vistas. Tras unas cuantas escenas de pánico en senderos inexistentes, decidimos volver al coche antes de tener que lamentar la perdida de alguno de nosotros. Seguimos hasta Eberbach, donde luego me enteré que hay un monasterio impresionante que no vimos, pero a cambio el helado que nos tomamos ahí estaba muy rico :D
El Neckar, poco antes de llegar a la curva cerrada que no vimos
Poco después de emprender el camino de vuelta a casa cayó el diluvio universal, pero por suerte llegamos sanos, salvos y secos. Tras cenar una ensalada tan grande que tuvimos que ponerla en un barreño, al día siguiente nos volvimos a lanzar a la carretera para ir a Speyer. Lo más conocido del sitio es la catedral y la calle principal, en la que hay una escultura de un peregrino yendo de camino a Santiago: siempre que veo la escultura me da pena pensar que le quedan más de 2.000 kilómetros! Además, no es que avance mucho :P En cuanto a la catedral, parece ser la iglesia románica en pie más grande del mundo!
Por un momento, el peregrino estuvo muy cerca de Santiago :P
También pasamos por delante del museo de la tecnología que hay en Speyer, que llama la atención por la gran cantidad de aviones que exponen al aire libre. Entre otros, tienen un Boeing 747 montado sobre pilares para que parezca que está a punto de aterrizar, aparte de un prototipo del tranbordador espacial ruso Buran. Lo malo es que están en una zona vallada, asi que solo pudimos verlos de lejos. Desde Speyer continuamos camino en dirección al Aschbacherhof, que es donde está la torre que tiene mi familia. En vez de ir por la autopista, pensé que sería buena idea ir por la pintoresca "Totenkopfstrasse" :D
Hasta ahora no había tenido ocasión de enseñar la torre a casi ningún amigo
La traducción de "Totenkopfstrasse" es "carretera de la calavera" y el nombre le viene como anillo al dedo. Se trata de una carretera de doble sentido y un solo carril que atraviesa el bosque haciendo una infinidad de curvas muy cerradas. En fines de semana está cerrada para motoristas por la gran cantidad de accidentes que ya ha habido. Mi copilota tenía serias dudas de que salieramos de ahí con vida, por lo que no conseguí convencerla de que observara el precioso paisaje. Mientras tanto, nuestro amigo dormía tranquilamente en el asiento de atrás, sin imaginarse el peligro que corría su vida en aquel momento.
Nos encontramos a mi tio que iba a cortar la hierba: la verdad es que hacia falta :D
Unas cuantas tortuosas carreteras más tarde, llegamos a la torre. Después de comer, decidimos que subir una sola torre era un reto demasiado fácil, asi que nos adentramos en el bosque hasta llegar al Humbergturm, una torre desde la que se tiene una vista estupenda sobre Kaiserslautern. Por supuesto, la torre está encima de una montaña a la que solo se puede subir a pie, pero por suerte tal esfuerzo se recompensó con un chocolate en una terraza cercana. Desde ahí emprendimos el camino de vuelta a Darmstadt, no sin antes parar un momento en un IKEA para comprar una mesa más grande en la que cenar comodamente.
Estrenando la mesa nueva con un un gran plato de pasta boloñesa
Para mantener vivos los tópicos, el sábado recibió a nuestros amigos de Paris y Munich con el tiempo estándar de este país: nubes y lluvia. Aún así, el tiempo no nos impidió visitar Frankfurt, ya que lo que realmente importaba es que por fin después de muchos meses volvíamos a coincidir todos juntos :) Subimos a uno de los rascacielos de la ciudad, nos hicimos fotos con el símbolo del Euro al pie del Banco Central Europeo, vimos el centro histórico y terminamos en uno de los locales del barrio de Sachsenhausen que sirven "Apfelwein", una especie de sidra típica. Incluso vimos pasar el Ebbelwei-Expreß!
En el aeropuerto de Frankfurt hay otro símbolo del Euro idéntico
Por la noche volvimos a Darmstadt para cenar en el Ratskeller, un restaurante típico aleman en el centro de la ciudad. En este caso los tópicos alemanes no se mantuvieron, ya que pudimos cenar incluso al aire libre! Fue practicamente la primera vez en toda la semana en la que comimos especialidades alemanas, ya que hasta entonces nos habíamos contentado con los sandwiches cortados por "Justinus" :D Al día siguiente emprendimos la última excursión de la semana: esta vez el destino era el valle del Rin, adonde llegamos gracias a un estupendo coche de siete plazas que nos prestaron, conductor incluido :)
Cena en el Ratskeller: la mesa está presidida por una jarra de cerveza de litro
Pasamos el día en Rüdesheim, un pubelo muy típico al borde del Rin, en el que también se encuentra el Niederwalddenkmal, un monumento en lo alto de la ladera del río que conmemora la creación de Alemania en 1871. Eso si, al llegar al pueblo vimos que estabamos en el lado equivocado del río y que no había puente, pero por suerte hay transbordadores para cruzar: casi nunca he tenido oportunidad de subirme a uno de ellos, pero mola un montón ver el valle desde el propio río. Una vez en el otro lado, subimos al monumento en coche, lo cual es bastante más llevadero que subir a pie, como la última vez que estuve ahí :D
Cruzando el río en el transbordador. Por suerte, las nubes se fueron a lo largo del día
Aquel día hizo buen tiempo, por lo que las vistas desde el monumento sobre el río eran impresionantes. Para llegar al pueblo, bajamos en un funicular que sobrevuela los infintos viñedos que cubren la ladera del valle. El trayecto merece la pena, ya que se puede disfrutar el paisaje en una aparente calma infinita, en la que el bullicio de los turistas se convierte en un susurro lejano, mientras la mini-góndola flota lentamente ladera abajo. Una vez en el pueblo, visitamos las callejuelas típicas abarrotadas de gente, para finalmente sentarnos en una de las múltiples terrazas y comer tranquilamente.
Más tarde confesaron que me querían tirar al río :D
Por la tarde pretendíamos recorrer el borde del Rin hasta llegar a la Loreley, una roca en la que el río hace una curva llamativa. Sin embargo, la carretara estaba cortada a ambos lados del río, por lo que no pudimos llegar. Había un camino más largo, pero no nos daba tiempo, ya que nuestros amigos de Munich tenían que volver esa misma noche. En cualquier caso, el plan alternativo que surgió espontáneamente no estuvo nada mal: nos invitaron a un "Kaffee und Kuchen" casero delicioso! En Alemania es muy típico tomar café acompañado de algún dulce hacia las tres de la tarde, aunque en este caso fueron más bien las seis :D
La tarta inesperada nos permitió seguir el tour por postres alemanes: ¡estaba riquísima!
Nos despedimos de nuestros amigos muniqueses en la estación de Frankfurt y continuamos camino en tren hasta Darmstadt. Aprovechando que las oficinas de mi departamento están al lado de la estación, pasamos un momento: después de dos intensos partidos de futbolín, les enseñé los cacharros de redes con los que jugamos. La verdad es que me hizo ilusión compartir con ellos mi nuevo sitio de trabajo :) Para terminar el día, fuimos al restaurante de una cerveceria cercana, en el que ofrecen una cata de cervezas: se trata de cinco mini-jarras de 0,1 litros con los distintos tipos de cerveza que hacen!
Mi zumo de manzana que se ve abajo casi no se distingue de las cervezas :D
Los dos últimos días del viaje visitamos Darmstadt, ya que paradojicamente aun no habíamos visto ninguno de los monumentos de la ciudad en la que vivo. Lo primero que vimos fue la Mathildenhöhe, ya que está justo al lado de mi casa. Desde ahí continuamos a la universidad y a los jardines que hay en el centro de la ciudad. Comimos en la Mensa, el comedor de la universidad, que casi es una atracción por si sola cuando uno está acostumbrado a la cafetería de la ETSIT. Por supuesto, nos hicimos una foto con la maquina que recoge botellas vacias y devuelve 15 céntimos por cada una de ellas :D
¡El cielo de Darmstadt estaba completamente azul!
A pesar de que dos días antes había llovido y hecho frío, aquel día no había ni una sola nube y el sol pegaba fuerte desde el cielo azul aleman. No creo que hubiera más de 30 ºC, pero la humedad hacia que el calor fuera insufrible: por imposible que parezca, aquel día nos quemamos! Refugiándonos de sombra en sombra, llegamos hasta la explanada que hay delante del teatro de Darmstadt, en donde nos sorprendió una curiosa obra de arte temporal construida a base de muebles de madera antiguos. Era una especie de montaña de trastos viejos, en la que se podía entrar a través de un pasillo y que contenía toda una casa!
La casa tenía truco, ya que por dentro estaba mantenida por una estructura de metal
Tras visitar la iglesia redonda que hay al lado del teatro, el agobiante calor pudo con nosotros y tras comprar un granizado volvimos a casa. Desde ahí acompañé a nuestros amigos parisinos a la estación de Frankfurt, ya que su tren de vuelta salía aquella tarde: llegamos por los pelos, pero a tiempo. Otra despedida que indicaba que la semana tan estupenda que acababa de vivir llegaba poco a poco a su fin :( La misma estación que unos pocos días antes había sido escenario de un feliz reencuentro, ahora se convertía en el lugar de una triste despedida, con la incertidumbre de fondo acerca de cuando los volveré a ver.
La iglesia redonda vista a través de un ojo de pez
De vuelta en Darmstadt, aprovechamos los últimos rayos de sol para jugar una malvada partida de Munchkin en el balcón de mi salón. Al día siguiente, el calor aplastante continuaba asediando la ciudad, por lo que solo visitamos algunas cosas cercanas que nos habían quedado por ver, como el lago Woog o los restos de la muralla de la ciudad. Compramos algunos regalos, tomamos un pastel de despedida y finalmente nos dirigimos al aeropuerto, donde terminó la semana estupenda que describo en esta entrada. Fueron unos días increibles y me hizo muchísima ilusión poder coincidir aquí con amigos de Madrid, Paris y Munich! :)
Tomando Apfelwein en Frankfurt con todos los que estuvimos en el viaje :)